Hay gente ve arte en todo momento y lugar. (Cómo decir que yo no soy una de esas personas y que mi entusiasmo por el concepto arte en la mayoría de sus representaciones es más bien nulo).
Sin embargo en el trilladísimo camino que separa mi portal del kiosko donde compro la prensa me he encontrado con esta visión digna del surrealismo de los años 30 del siglo pasado.
Como dato anecdótico recuerdo haber entrado en un domicilio burgalés en cuyo recibidor tenían un maniquí -una niña en edad de hacer la comunión, pero de escayola- vestido de sirvienta con su correspondiente cofia. El impacto visual era estremecedor.