Permitanseme unas reflexiones superficiales acerca del nacionalismo castellano.
Los nacionalismos tienden a remontarse al momento histórico más esplendoroso de los pueblos. Teniendo en cuenta esta premisa y llevándola hasta el extremo, pocos nacionalismos sembrarían tanto pánico en el mundo como el castellano.
Más aquí y ahora... ¿Qué interés podrían tener los ciudadanos madrileños, cántabros y riojanos en retornar al redil y abrazar el pendón morado? ¿Qué se opina del fenómeno en las tascas del barrio húmedo de León? ¿Y si Castilla no fuera una nación sino un estado... mental? (Y bastante alejado de la euforia).
Alguien me dijo, a modo de reproche boomerang, que negar el hecho castellano es una cosa muy de castellano. Boris Izaguirre sentenció en su día en la tertulia de la Ventana (Jorge Lanata, Alvaro Vargas-Llosa, antes Jaime Bayly, ahora Santiago Roncagliolo...) que eso de los colores sufridos era un concepto tremendamente castellano. (No sé por qué me acuerdo siempre de esta bobada). Si alguien puede aportar más pinceladas a este paisaje de meseta que es la castellanidad, que las plasme en los comentarios.
La imagen de más arriba es una fotografía frente a la óptica castellana y no desde ella. El texto quizá también comparta este matiz posicional y preposicional.