Me sigo debatiendo entre si me produce desazón o placer. Aunque concluyo que más bien esto último. Vuelve la minitemporada de flamenco a la ciudad desaboría. Con el paso de los años se repiten los tópicos. Los cantaores hacen chistes de lo lejos que queda Burgos de Triana o del Barrio de Santiago, que el frío que hace aquí consigue que se destemplen las cuerdas de la garganta y las de la guitarra. José de la Tomasa el sábado confesó que se tuvo que comprar un abrigo y comparó la distancia entre Sevilla y Burgos con la que hay a Japón. (Es posible que no pensara sólo en meros kilómetros). Chascarrillos aparte, sigo incidiendo en lo mismo: dos personas en el escenario, voz y guitarra y el público a escasos dos metros de los ejecutantes. Hoy por hoy el flamenco puro es uno de los espectáculos más honestos que se pueden paladear. Otra cosa es que guste o no o que se tengan prejuicios.
El ciclo de Noches Flamencas otorga puntos para el *carnet de guay. Quizá no tantos como los espectáculos del festival Escena Abierta, pero algún asterisquillo sí suma.
El *carnet de guay es un documento virtual del que suelo hablar a menudo con la gente de mi entorno. Ejemplo: las películas iraníes subtituladas otorgan puntos. Si te pillan canturrendo el aserejé, los pierdes.