De niño todo se vive con más intensidad. Tanto lo bueno como lo malo. De la misma manera que no recuerdo aburrimientos más fastidiosos que aquellos de mis tiernos 7 añitos, también confieso que el objeto más insignificante podía tenerme entretenidito y sin dar la paliza una tarde entera. Una semilla alada de arce, por ejemplo.
No es mi caso, pero algún cerebro en ciernes habrá descubierto su vocación por la ingeniería aeronáutica echando a volar uno de estos frutos y observando cómo caía.
No es mi caso, pero algún cerebro en ciernes habrá descubierto su vocación por la ingeniería aeronáutica echando a volar uno de estos frutos y observando cómo caía.